A todas las personas que han fallecido durante esta crisis sanitaria y a los familiares que no los han podido acompañar ni despedir como merecían, desde AYAC os decimos, no estáis solos, somos muchos los que os acompañamos en vuestro dolor.

La palabra ‘duelo’ viene del latín, y significa dolor, pero también combate como consecuencia de un desafío.

La muerte de un ser querido siempre supone un desafío y, cuando las circunstancias han sido traumáticas, este es mayor. Todo ese gran número de fallecidos que deja el COVID-19  se conforma sumando una persona, más otra persona, más otra más, y más y así sumando también todos sus familiares. 

Y, además, en esta situación vivida de pérdidas sucesivas, no se ha podido acompañar como se hubiera deseado. En el final de la vida, en la antesala de la muerte, es cuando una persona más necesita de la presencia y del contacto.

La separación definitiva de un ser querido supone una de las crisis vitales más importantes que podamos vivir, y, por lo tanto, el  duelo es un proceso activo de transformación y de reconstrucción, de significado. No es un proceso lineal ascendente, más bien es una montaña rusa emocional.

El dolor que se siente es un dolor total, físico, emocional, psicológico, social, familiar y espiritual (duele el alma). El duelo no es una enfermedad, es un camino para elaborar la pérdida.

Decía Elisabeth Kubler-Ross que «el duelo es la intensa respuesta emocional  al dolor de una pérdida, es un viaje emocional, espiritual y psicológico hacia la curación”.

No se puede eliminar el dolor de una pérdida, pero sí hay estrategias y recursos que nos pueden ayudar a llevar la situación que vivimos de una manera más adaptativa:

  • Comer bien y dormir. Aunque sea difícil porque los pensamientos se activan en la oscuridad, hay que procurar un sueño reparador.
  • Conectar con la respiración para producir momentos de calma y relax.
  • Evitar tomar grandes decisiones.
  • Reconocer los logros, lo que se hace bien, aunque sea pequeño.
  • Buscar actividades que nos ayuden a cargar la energía. Hacer ejercicio físico.
  • Buscar momentos conscientes para conectar con la pérdida, con las emociones, recuerdos, vivencias e imágenes.
  • Evitar aislamiento social, conectar con nuestros apoyos, con quien más cómodo estemos. El dolor no cambia, pero tal vez en compañía se lleve mejor. Compartir el dolor alivia.
  • Permitirse sentir, dejar que fluyan las emociones. Son desagradables pero nos beneficia. Reconocer las emociones que sientes,  la tristeza, la rabia, el miedo, la culpa. Darnos permiso de estar como estamos y de sentir lo que sentimos.
  • Tener momentos a solas para pensar y escribir. La palabra escrita nos puede ayudar a expresarnos. No sólo se pierde a la persona, sino que, además, se pierde la parte de uno relacionada con la persona.
  • Llorar es una buena manera de expresar la pena. Hay tristeza porque hay amor.
  • Si no se ha podido acompañar y  despedir, realizar algún tipo  de despedida es importante, da más tranquilidad. Algo simbólico: un encuentro, una carta, un álbum de fotos, un libro de mensajes,…aquello que nos ayude a cerrar.

Como podemos ayudar a una persona que ha sufrido una pérdida:

  • Estar ahí, presente, acompañando a la persona en duelo, pero sin agobiar. Que sienta la presencia de quien nos quiere. En estos momentos no nos podemos abrazar como quisiéramos, pero sí podemos estar.
  • Ser paciente con la historia de la persona que ha sufrido la pérdida, permitirle compartir sus recuerdos del ser querido.
  • Abrir puertas a la comunicación. Si no sabemos qué decir, mejor preguntar cómo está o decirle qué piensas de la persona que ya no está.
  • No decir lo que tiene que hacer.
  • No decir que el tiempo todo lo cura.
  • No decir que sabes cómo se siente.
  • Escuchar más que hablar, y también compartir el silencio y aprender a estar cómodo con él.
  • Ofrecer ayudas concretas y llamar a la persona, respetando la intimidad y los tiempos.
  • Saber que habrá momentos difíciles en el futuro.
  • No poner un plazo de tiempo fijo para superar el dolor.

La pérdida y el duelo son experiencias muy personales, y cada uno recorre el camino a su manera. Lo que tenemos seguro es que todos lo vamos a vivir en nuestra vida.  

Robert A. Neimeyer  nos recuerda que “ hay que tomarse en serio las pequeñas pérdidas, darnos la oportunidad de vivir las micropérdidas que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida, esto nos instruye sobre el significado de la vida y la muerte, dar sentido a las pérdidas y abrazar los cambios que nos propinan”.

El mundo entero ha sufrido pérdidas por las personas fallecidas por COVID-19. Toda la sociedad, de alguna manera, está afectada por este duelo.  Como dijo Viktor Frankl, “el dolor sólo es soportable si sabemos que terminará, no si negamos que exista”.

El poema “Recuérdame”, de David Harkings, nos da una visión amorosa de la pérdida.

Puedes llorar porque se ha ido, o puedes
sonreír porque ha vivido.

Puedes cerrar los ojos
y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha
dejado;
tu corazón puede estar vacío
porque no lo puedes ver,
o puede estar lleno del amor
que compartisteis.

Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el
vacío y dar la espalda,
o puedes hacer lo que a ella le gustaría:
sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.